viernes, 12 de septiembre de 2014

Danzad, danzad, malditos...

Dos personas bailando al ritmo de la música sin perder el contacto visual, haciendo el amor delante de un público que en la oscuridad apura sus bebidas con miradas suplicantes de un sexo que no probarán. Los cuerpos, que se mueven cada vez más rápido, hipnotizan a la gente cuyas almas escapan por sus bocas abiertas para danzar junto a los falsos amantes.
Yo, buscando el contacto desesperadamente para evitar sentir la soledad en los huesos, acerco la botella a mis labios, el intercambio de fluidos mas erótico en esta noche de miércoles, y dejo que las burbujas y el sabor del lúpulo de esta rubia me hagan olvidar o, con suerte, recordar historias triunfales de amor que no existen. A mi derecha, un hombre obeso con traje y un copazo de whisky reposando sobre la mesa, cruza los brazos y veo una mueca obscena en su rostro, seguramente piensa lo mismo que todos los hombres que contemplan el espectáculo. Lo siento amigo, tu cuerpo jamás se moverá así junto a otra persona y volverás a casa con el sabor de la indiferencia del mundo que rodea tu gruesa figura.
Entre las sombras me deslizo sin causar el más mínimo disturbio en una atmósfera cargada de perversión y agotamiento. Al llegar a la barra, el camarero que ignora lo que se cuece en el ambiente limpia algún tipo de recipiente con esmero, como intentado aislarse de lo que allí tiene lugar. Nota mi presencia y levanta la mirada. Bajo unas luces tenues para no romper la oscuridad tan deseada por los clientes, unos ojos muy azules se cruzan con los míos. Creo que repara al instante de que no soy como los que están allí, quizá sea algo presuntuoso por mi parte, no me interesa reflexionar acerca de esto. Le hago un gesto en señal de que mi botella está vacía y desliza otra sobre la barra. Dejo el dinero de lo que se debe por mis consumiciones mientras me coloca unas patatas fritas delante. Niego con la cabeza y vuelvo a mi sitio con nueva compañía en la mano sintiendo su contorno frío de vidrio. La música sigue sonando, los cuerpos bailando y los hombres parecen contener la respiración hasta el final de los tiempos para no contaminar algo tan perfecto son sus alientos putrefactos de alcohol, tabaco y coños. Esto es solo una forma de hablar, pero rezo a algún Dios para que este acto nunca acabe y nos encuentren a todos muertos consumidos por la intensidad de sus movimientos que nos hicieron olvidar que había otros lugares a los que pertenecimos una vez.