sábado, 12 de julio de 2014

Reflexiones nocturnas

Me desperté con el recuerdo del sueño aún intacto. La luz de la luna se colaba por la persiana a medio bajar e invadía mi preciosa oscuridad. Echaba de menos el olor de alguien en mi cama, entrar en combustión espontánea al rozar un cuerpo inexplicablemente caliente. Me puse a pensar en los pronombres personales y lo primero que me vino a la mente fue que las personas habíamos ensuciado todas las palabras bonitas de nuestra lengua hasta dejarlas vacías y carentes de sentido. Las expresiones más sencillas de afecto en boca de otros sonaban a prostitución para mí, levantaban una cortina de humo que llegaba hasta el cielo y mientras todo era obvio para ellos, con las partículas volviéndose sólidas y aislándoles a unos de otros, yo agitaba los brazos como queriendo escapar. Si cerraba los ojos, el mundo avanzaba cincuenta pasos. En la calle, cuando caía el chaparrón, el ambiente quedaba limpio y las personas se veían las unas a las otras tal como eran. La mayoría huían usando fuegos de artificio para crear la distracción final que les salvase de la guerra. La vanidad impregnaba nuestras almas y ya nadie quería una herida que lo marcase para toda la vida, lo bueno era estar intacto. Yo, que no había salido ilesa de ninguna guerra, llevaba mis heridas no sin cierta vergüenza cruzando miradas amigas con aquellos que compartían cicatrices conmigo. Después de unos minutos de escrutinio voraz, comprendíamos que nuestras almas eran secantes que se cortan en un punto y siguen su camino hacia el infinito. Así días y días preguntándome a cuántas paralelas tenemos derecho por vida consumida.
Lo siguiente, fue que me sumergí en un profundo sueño con el sonido de los coches yendo y viniendo en una pacífica noche de verano y el mundo avanzó otros cincuenta pasos.

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