martes, 8 de octubre de 2013

No sé escribir pero...

Voy a donde van a morir las tormentas. Me he topado con tantas que ya he perdido la cuenta de mis barcos hundidos. Es noche cerrada, no quiero mirar el reloj y confirmar que esta será otra noche sin dormir. Mi actividad neuronal, lejos de detenerse por el cansancio acumulado de la jornada, es frenética. ¿Cómo se puede estar tan helado por fuera y tan quemado por dentro? Me quedo mirando cómo una cebra al otro lado de mi habitación se bebe un batido de fresa, me mira altiva e incluso juraría que la he visto sonreír. No es real, creo.
He tomado la decisión de embarcarme en este viaje a la desconexión porque no soporto más la monotonía, no aguanto las caras soñolientas de los estudiantes que se quejan por madrugar, ni a los ancianos en el autobús a cualquier hora del día que me recuerdan la rapidez con la que se marchita un cuerpo. Cada mañana me levanto maldiciendo a Morfeo y preguntándome ¿Qué será hoy? Y hoy no es nada. No me extraña que a la gente le nazcan enfermedades, vivimos para la destrucción.
La vida es un examen constante que suspendemos la mayoría. De repente estoy volviendo a casa y llueve bastante. Miro a la gente, estoy en la calle y en el autobús, estoy en todas partes y la cebra sigue mirándome.
En mi opinión la gente está sobre actuada. ¿Por qué sois así? ¿Qué tenemos que demostrar? Solía pensar constantemente en mi muerte y en la de los que me rodean. Pensaba en distintas vidas que podría tener, pensaba en un yo mejorado. Joder, Bukowski tenía mucha razón en todo, claro que no todos podemos ser hombres blancos, borrachos improductivos que escapan del sistema establecido. Para mí la imagen representaba la esclavitud. La capacidad de ver con nuestros propios ojos es un privilegio, de contemplar todo lo que hay en el mundo, pero creo que también es una desventaja y como somos gilipollas, convertimos la desventaja en catástrofe. Adoro a las personas que han superado la limitación de lo físico. Lo que me asquea y preocupa es ser parte de un sistema putrefacto cuyos pilares son la inmediatez y la individualidad, que un día deje me dejé llevar un poco demasiado en la tarde de un viernes y ya esté perdida para siempre, que me acostumbre a ello y ya no sea capaz de distinguir más allá del blanco y el negro, olvidando toda la gama de grises. ¿Quién determina los recursos? Tu sí. Tu no. Tu sí. Tu no.
A veces ya no sé ni lo que digo. Cuando no tienes una cosa tampoco tienes el miedo a perderla, ya que esa cosa no existe en tu realidad. Cuando empiezo a tener cosas me acojona perderlas y enfrentarme a la pregunta de si podré vivir sin ellas o lo que es peor: podré, pero hasta qué punto me afectará. Lo que antes no me afectaba quizás me afecte ahora, eso debe ser madurez inversa. A mí lo que no me mata me hace confiada e insegura. A lo mejor hago las cosas por hacer hasta que vuelva a determinar qué quiero. Ya está, un montón de bazofia existencialista mediante una alternancia entre presente y pasado que empuja a la persona a tomar ciertas vías. Siempre se necesita un buen comienzo, podemos controlar los comienzos, el final depende de muchas variables. Estoy bastante confundida sobre lo que quiero expresar, no sé si puedo adaptarme a las estructuras narrativas prestablecidas. Cuando no hay talento, no lo hay. Siempre espero encontrar las respuestas al final del día, pero al final del día sólo quedan unas lentillas secas y mucho cansancio.

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